Cuando apoyas las manos en el recio portón de madera del ayuntamiento estás convencido de que este no se moverá ni un ápice. Para tu sorpresa, cede con facilidad. Una vez dentro, frente a ti, hay unas escaleras que suben. A derecha e izquierda se extienden sendos pasillos, ambos iluminados por las escasa luz que entra por las ventas, y terminan en unas puertas cerradas. El edificio, en sintonía con el pueblo, está impregnado de una, casi palpable, sensación de abandono.
Jurarías que estás solo, de no ser por el sonido de movimiento que te llega desde el piso superior. Subes varios escalones y, antes de llegar a la siguiente planta, elevas la voz para preguntar si hay alguien.
Una voz masculina y profunda, un tanto jovial, te invita a entrar en el único despacho que parece estar en uso. Antes de entrar te intercepta un hombre afable, en torno a los cuarenta años, en buena forma, afeitado, y con abundante pelo que empieza a presentar algunas canas.
—Buenas, me llamo Samuel Medina. Soy el alcalde de Aguas Rojas —dice el hombre, estrechándote la mano con efusividad—. No tenemos muchas visitas por aquí.
—Soy Dante —consigues responder, justo antes de que el alcalde te haga pasar, prácticamente estirando de ti hasta llevarte al interior del despacho.
Una vez dentro, el hombre te suelta y camina con energía hasta colocarse detrás de un gran y elegante escritorio de estilo victoriano.
—¿En qué puedo ayudarte, Dante? —pregunta el alcalde, dejando al descubierto una enorme sonrisa llena de dientes de un blanco impoluto.
EN DESARROLLO
Hablas de tu herida, si has pedido ayuda a la anciana.