Si te das prisa, quizás llegues al sanatorio antes de que la tormenta te alcance. Con esta idea en mente, empiezas el tortuoso ascenso. Aunque cada paso duele, te obligas a seguir hacia delante.
En la distancia, los truenos restallan graves, resonantes, y los destellos de los relámpagos iluminan las abotargadas nubes negras.
Imprimes un mayor ritmo a tus pasos y la estrecha senda no tarda en desembocar en el camino por el que ibas antes de la caída.
Inclinado hacia delante, con las manos apoyadas en las rodillas, recuperas el aliento a bocanadas mientras escrutas la curva con el ceño fruncido.
Se parece mucho al tramo por el estabas caminando justo antes de rodar ladera abajo. Es difícil estar seguro porque hay una inquietante homogeneidad en el paisaje, pero jurarías que se trata del mismo lugar, si no fuera por la ausencia del árbol que antes bloqueaba parte de la calzada.
Pero eso carece de sentido. Lo más probable es que hayas subido más de lo que te imaginabas, lo cuál es una buena noticia. Debes de estar cerca del sanatorio.
Durante varios tensos minutos sigues el camino, acelerando al sentir la proximidad de la tormenta. El viento, cuyas ráfagas agitan la vegetación con rudeza y silba entre las ramas de los árboles con una canción funesta, te deja helado. La ropa que llevas es insuficiente para esta temperatura y, a pesar de que casi estás corriendo, te estremeces por el frío que cala dentro de ti.
El camino deja de serpentear, se vuelve llano y se estrecha ante el abrazo de los árboles, inclinados y retorcidos en su delgadez, dando una falsa sensación de fragilidad.
Pronto, la oscuridad se vuelve tan dominante que apenas eres capaz de distinguir algo delante de ti. Sin nada con lo que iluminar el camino es probable que acabes perdido o que tengas otro accidente.
EN DESARROLLO
Recorres el bosque en la oscuridad.
Enciendes la linterna que encontraste en la gasolinera.
*Si no entraste en la gasolinera abandonada, tu única opción es recorrer en bosque en la oscuridad. Buena suerte 😉